jueves, 7 de agosto de 2014

La Paz


No he participado en una guerra, no he caminado por Nueva York, no he visitado Hong Kong, no he viajado a África, no me he lanzado en paracaídas, no he entrado en un volcán a sacar azufre y me queda pendiente una larga lista de tareas por realizar. Sin embargo, nunca, repito, NUNCA, se me pasó por la cabeza que vivir en La Paz sería una experiencia única, un lugar especial que no creo que se pueda replicar en ningún otro sitio.
Mi sistema receptor juntó mucha información sobre Bolivia antes de llegar, y la mayoría de los mensajes decían que era un sitio pobre, feo, sin ningún encanto, aburrido, aislado del mundo real, en resumen, un caos no sólo reflejado en el tráfico sino en todo en general. Bien, yo estaba seguro que el cuadro de la Paz no podía ser tan negro como me lo pintaba la gente.
Para llegar a la ciudad sede del gobierno boliviano, atravesamos, durante una larga hora, El Alto, una ciudad que se encuentra en la frontera con La Paz. Desde el autocar, la imagen que se proyectaba por las ventanillas era como la de una película llamada Esto es pobreza. He visto lugares con más miseria, aunque por lo común se trataba de pueblos perdidos en el interior del Perú o México. Pero recordemos que ahora estamos hablando de la ciudad principal de un país.
Mansiones de El Alto (foto María Marta Rey)

El tráfico era un desorden comparado con Europa, aunque un paraíso en relación a Lima. La gran mayoría de casas que se podían apreciar estaban inacabadas; dicen que por cuestiones fiscales las dejan sin terminar, al menos los pisos superiores. Y de vez en cuando aparecían mansiones, supuestamente de la gente “rica” o  “con suerte”, pintadas con colores brillantes y vivos como el rosa, naranja o verde; unas arquitecturas y decoraciones muy peculiares. Y siempre, en los bajos de todos los edificios o casas había tiendecitas y bodeguitas. En general reinaba una sensación de tranquilidad y seguridad, la gente parecía poco violenta, aunque las estadísticas dicen que hay varios asesinatos diarios en esta zona.
Una vez pasado El Alto, que es enormemente extenso, se llega al filo de la montaña. En ese momento el sistema respiratorio se cala debido al paisaje que está delante de tus ojos, y también porque en ese punto se alcanzan casi los 4000 metros de altura. La Paz se encuentra en un valle infinito, donde las montañas recuerdan a una muralla natural que protege la ciudad. Si se tiene la oportunidad de contemplar esto de noche, como yo tuve el privilegio, se verán las luces de las casas que trepan por los cerros, los traspasan y siguen. Es un mar de iluminaciones rodeado por montañas.  Y cuando estás disfrutando de las espectaculares vistas, de repente el autocar se inclina como si se cayera por un barranco: es el momento de penetrar la ciudad. Las bajadas son de una pendiente vertiginosa y encaminarse hasta el centro lleva otra hora como mínimo. La pobreza está más disfrazada que en El Alto, pero incluso atravesando los barrios residenciales tienes una impresión de precariedad absoluta. Los que aquí se consideran barrios residenciales, en países desarrollados representan las zonas peligrosas e impenetrables.
Todo este trayecto significó un momento único en mi vida, un momento de reflexión en que me decía Vive este viaje, disfrútalo y sé consciente porque es una cosa que nunca más volverás a ver. Recorrerás otras ciudades con edificios lujosos que casi conectan con el cielo, pero difícilmente contemplarás un lugar tan auténtico como éste.
Mi tía, mi prima y mi hermano gemelo con una cholita

Y una vez vivida la ciudad por su interior te das cuenta que la palabra autenticidad es el sustantivo más noble y honesto para esta localidad.  Hay electricidad, hay Internet, hay coches, hay turistas, aunque todo bajo la sombra de la cultura del país. Es como si la globalización hubiera llegado, pero sin que la gente le hiciera caso. Y si han incorporado algún valor universal, lo han calcado en versión boliviana. Por ejemplo, una cadena de pollos y hamburguesas llamada Pollos Copacabana, expulsó del mercado los McDonald’s. Por otro lado, en la calle ves gente indígena engalanada con atuendos típicos de aquí. Aún recuerdo con mucha admiración cuando pasé por un edificio moderno y bonito, y por el portal salió una mujer autóctona, llamadas cholitas, vestida de manera tradicional: una falda ancha, una manta que les cubre el tronco superior, y un sombrero estilo Charles Chaplin. 
La gente es muy afín a su historia y a diferencia de muchos pueblos, quieren que las costumbres se transmitan de generación en generación sin extinguirse. Hasta ahora había estado en contacto con un mundo muy materialista y me ha sorprendido positivamente que queden civilizaciones que no se dejan influenciar por un tipo de pensamiento que se está extendiendo de manera generalizada por todo el mundo. 

No llevo muchos días en La Paz y esta ha sido la primera impresión sobre un admirable lugar donde TODO es digno de admirar. Las próximas semanas me ayudarán a completar mi objetiva opinión sobre la población paceña y boliviana. Sin ningún tipo de duda, viajar es una oportunidad única para conocer culturas y maneras de vivir diferentes a las que estamos habituados. La decisión de venir a La Paz no fue fácil y la visión que me llegaba no era muy prometedora; sin embargo, por suerte, tuve a priori la valentía para enfrentarme a un mundo nuevo y desconocido. Esta intrepidez me ha permitido adquirir una multitud de enseñanzas, reflexiones y razonamientos que nunca habían recorrido mi mente a pesar de haber visitado capitales autoritarias como Londres, Roma, Dublín, Barcelona, Lima o México DF.

LA PAZ (foto Agustí Tola) 




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