En Econometría estamos estudiando el concepto de causalidad. Mi cuento El Enfermero y la noticia CONDENAN A 77 AÑOS DE CÁRCEL A UN GINECÓLOGO DE BARCELONA POR ABUSOS SEXUALES mustran grados de correlación positiva.
Llegaba tarde. No me gusta llegar tarde. Siempre intento presentarme con
antelación respecto a la hora acordada. Por suerte, era una cena entre amigos,
por lo tanto, a pesar de tener una molestia interna, sabía que en el fondo no era
trascendente un poco de impuntualidad. Eso me tranquilizaba.
Cuando por fin
estaba delante de la casa de Tarantín toqué el timbre. Mi sorpresa fue que me abriera
David y no el anfritión de la casa. Tampoco sé porque me sorprendí porque cada
fin de semana la pasamos en Taranint’s casa y ya es como si fuera nuestra sala
de reuniones.
Al entrar en el
comedor, todos me miraron y se percibió una alegría general; no tanto por mi incorporación
al grupo, sino porque me habían estado esperando para iniciar la cena. Me senté
habiendo cogido previamente una cerveza. Todos estaban bebiendo una, como de
costumbre, y sin vaso; la tomaban directamente de la botella. Yo no. Personalmente
prefiero beber en un recipiente y nunca directamente del envase; no sé si es la
educación inculcada por mis padres o simplemente una manía mía.
Empezamos a
comer y, como no podía ser de otra manera, el orador y el que llevaba la voz
cantante era Adrián, que no es precisamente inteligente pero sabe hablar muy
bien y contar historias, les pone una pizca de humor muy particular que hace
que todos los del alrededor lo escuchen con suma atención. Los comentarios
graciosos y novedosos de la conversación son constantemente aportados por él y
eso conlleva a que lleve la batuta y vaya escogiendo los temas de la charla.
No sé con qué
temas empezamos aquella velada, aunque sí cómo abocamos al tema estrella de la
noche, y cómo no, dirigido por ya sabemos quién.
Adrián, igual
que todos nosotros, es un estudiante universitario. Él, precisamente, esta
estudiando enfermería. Al estar acabando la carrera, ha empezado a hacer
prácticas en un hospital. Muy bonito hasta aquí. Sin embargo, por lo que he
aprendido esta noche, yo no tenía una idea muy clara del papel de una enfermera
o de un enfermero en una clínica. Me explico; no sólo se trata de vacunar a los
pacientes o inyectar suero.
Volviendo a mi amigo,
tengo que acentuar que la alegría y la gracia que fluye en sus palabras no se
localizan en sus movimientos, ya que es bastante torpe. Más que torpe es que le
suceden escenas asombrosas que al resto de la población nunca les pasa. A quién
le pude suceder que el primer día de trabajo le ordenen controlar y vigilar a
un señor acabado de operar de la columna vertebral…
Todo iba muy bien porqué el hombre se la
pasaba durmiendo todo el rato. La armonía acabó cuando le pidió a Adrián que encendiera
una luz para ver con más claridad unas rosas blancas que le habían traído sus
familiares. Adrián se dirigió a unos interruptores que había cerca de la cama y
apretó uno. La iluminación de la sala seguía siendo la misma, lo que estaba
cambiando era la forma de la cama. Al pulsar ese botón, la cama había empezado
a plegarse lentamente, pero sin pausa, hacía dentro. Adrián empezó a tocar
todos los botones con insistencia porqué el hombre acabado de operar de la
columna tenía que permanecer inmóvil y rígido durante unas semanas. Ya me
imagino a mi compañero en esa situación: moviendo la cabeza de un lado a otro y
con las manos temblando, mientras tocaba todo lo que podía con tal de salvar el
momento. Finalmente consiguió
estabilizar la situación, o más bien dicho, la cama.
No entro en más detalles de cómo se tomó lo
sucedido el paciente (y su columna), aunque por el tono de voz y la cara de
Adrián, no quedó impune por lo sucedido.
No sabemos si
Adrián siguió en el mismo hospital o si lo trasladaron a otro, en vista de la
baja efectividad mostrada en el primer día. Lo seguro es que le buscaron tareas
con las que los pacientes no estuvieran en inminente peligro. Estas consistían en
cuidar a viejitos muy ancianos en todo tipo de circunstancias o gente con algún
tipo de discapacidad física o psicológica.
En principio parece
entretenido y placentero, pero usted mismo ya juzgará.
Llevaba ya una semanita trabajando sin ningún tipo de percance significativo,
pero tantos días de buena surte acumulados, desencadenaron en una mañana de
horror.
Adrián debía dirigirse a la habitación 6.19 que, como muestra el primer digito,
estaba en la sexta planta del edificio. Ahí tenía que asistir y supervisar a una
señora, bautizada con el nombre de Teresa, que sufrió un accidente de coche y
había quedado contusionada desde la cabeza hasta el estómago. El choque le
produjo algún trastorno mental. No la ingresaron en un centro psiquiátrico
porque antes tenía que remediarse el problema intestinal. El hecho es que se le
había creado una ostomía.
¿Y que es eso?
La misma
pregunta le hicimos a Adrián, con una cara híbrida de desconcierto y
curiosidad. “Una ostimía es tener un ano en el estómago” fue su detallada y
directa explicación. Esto es lo que intenté anticipar antes; la innovadora
manera de contar que tiene nuestro leal enfermero. Cualquier otra criatura
hubiera dicho que una ostomía consiste en una operación para hacer que una
parte del intestino salga al exterior por la cavidad del tronco abdominal; y
por ahí se lleva a cabo la defecación. Pero como he dicho, estamos
interrelacionando con un ser peculiar.
Una vez
analizada las características esenciales del ser vivo que se aposentaba en la
habitación 19 de la sexta planta, se explicaron los hechos.
Adrián, a las 9:00 de la mañana, se
dirigió al aposento de Teresa. Al intentar abrir la puerta, empujándola hacía
dentro, notó que no se podía. Daba la sensación que en el otro lado había un
impedimento material que dificultaba la apertura. Con la ayuda de una enfermera
que pasaba por allí, consiguieron ganar la fuerza que se resistía; una silla
puesta como palanca. El panorama visible era desolador. El primer sentido que
se despertaba era el olfativo. Se respiraba un olor extraño, igual que cuando
te acercas a una granja de gallinas o de cerdos. La causa eran las paredes
llenas de subjetivas obras de arte producidas con excrementos humanos.
La psicótica
Teresa estaba contra la pared frontal a la puerta, sentada y con los muslos
encementados al pecho. Adrián se acercó para llevarla a la ducha, ya que toda
ella era un reflejo de lo que se apreciaba en las paredes. En el momento que
Adrián estaba a un metro de distancia y empezó a hablarle con voz suave, Teresa
empezó a gritar y con la voz al cuello exclamaba: “¡no me violes, no me violes…!”.
Adrián entendió
todo; la hipótesis de lo sucedido podría ser que ante la violación de un ser
imaginario, Teresa, mientras se escapaba nerviosa por la habitación, se había
tocado el ano nuevo (o artificial) y había ensuciado todo, y no de óleo
precisamente.
Sin embargo,
viendo la reacción de la psicótica, ahora se difundirá la leyenda que Adrián andaba
violando a sus pacientes femeninas e indefensas. Esto es lo que le faltaba para
completar su currículum.
La enfermera si
consiguió acercarse a la psicótica y logró bañarla. Adrián se quedo solo en ese
ambiente desolador de olores y colores, con un deber implícito: limpiar la
habitación.
Todos nos imaginábamos la situación. No sabríamos decir que nos
impactaría más, si ver a una mujer con problemas mentales llorando y asustada,
ver un ano en el estomago, o tener que limpiar una obra de arte hecha con
defecaciones. Lo seguro, es que la suma de estas tres sorpresas nos dejaba sin
habla. Todos empezamos a valorar más las correspondientes carreras
universitarias que estábamos realizando.
El día no acabó
allí para Adrián, tuvo que persistir a pesar de haber empezado con el pie
izquierdo. Debía hacer las rondas restantes; visitar a los demás pacientes, mayores de edad,
y ayudarles en lo que hiciera falta, es decir, básicamente ir al baño. Empezó
describiendo la tarea cotidiana de auxiliar a un anciano de género masculino,
adjuntando al final el accidente específico de ese día.
Ayudar a un abuelito a hacer pipi no
significa abrirle la puerta del baño y esperar. Estamos hablando de gente que no puede
caminar o que tiene incontinencia urinaria.
El “abrir la
puerta y esperar” se sustituye por esta imagen: Adrián está encuclillado delante
de un hombre desnudo de 90 años. Todo son pelos blancos, flores de cementerios,
verrugas, arrugas y más consecuencias visibles por el paso de los años. El
hombre esta con el antiguo y flácido pene al aire esperando que la orina, resultado del zumo de manzana del desayuno, sea
extraída. Adrián no puede sacar el amarillento líquido con la mirada; tiene que
coger el miembro y meter un tubo por la uretra (supongo que todo esto con
guantes, para el bien de ambos). A continuación extrae todo la orina almacenada
en la bufeta, que se va depositando en una bolsa transparente. Una vez la bolsa
de plástico calientita por el orín acabado de expulsar, mi desdichado amigo tiene
que extraer el tubo que pude haber entrado perfectamente 20 cm en el pene del
paciente. Una vez acabado esto, lo viste, y va a otra habitación en busca de
otra aventura.
Estos
procedimientos también los llevaba a cabo con el sexo de las ancianitas.
¡Alguna alegría se le tenía que dar a mi pobre camarada!
Sin embargo, sus
procedimientos de hoy día se vieron severamente afectados. La causa es que limpiar
la habitación de las defecaciones le llevó cierto tiempo y todos los viejitos
estaban impacientes para “ir” al baño, o en este caso, que el baño fuera a
ellos. Adrián tenía que hacer todo a una velocidad considerable para que estos
no se orinaran encima. Esta presión hizo que con un paciente, no encajara con
exactitud el tubito en la ranura de la bolsa. Al extraer el orín, esté empezó a
desparramarse como un volcán. La lava caliente goteaba por todo el envase y se
escampaba por los poros de la mano de Adrián.
Hubo un gran alboroto en la sala, todos comentaban la jugada. Yo estaba
escandalizado. ¡Qué horror! ¡Qué asco! Yo, en su lugar, con esa salpicadura en
mi mano, me hubiera ido de urgencias a cirugía para que me la amputaran.
Me levanté aprovechando
esa distracción momentánea porque ya era tarde. Me despedí de todos, uno a uno, dando la mano.
Bueno, no de todos. Hice ver que Adrián quedaba muy lejos y no llegaba para
despedirme. Por lo tanto, simplemente levanté la mano verticalmente para que se
diera por aludido. No sé si la gente se dio cuenta de porqué no quise darle la
mano. Por su puesto que había una razón.